Allá
por 2010, Guillermo Aguirre publicaba Electrónica para
Clara, una novela que contaba la
historia de unos jóvenes que se buscaban en un Madrid marítimo y
drogadíctico, entre música de DJ´s y motos de agua. La historia
transcurría en un lugar mental poblado de embarcaderos y canales en
los que aparecían fragmentos de un Berlín que emergía del subsuelo
mientras se rastreaba psiquiátricamente la pista de una Clara
desaparecida. En esa novela, los psiconálisis de los personajes iban
voluntaria y progresivamente emborronándose bajo el influjo de una
prosa que se abría camino instintivamente como lo hacen pocas. Ganó
el XV Premio de Novela Lengua de Trapo y marcó el inicio de la
trayectoría narrativa de un autor inteligente y olfativo, Guillermo
Aguirre, que se atrevía con temas mareados ya en las máquinas de
pensar y en las máquinas de escribir, a saber: la autodestrucción,
las drogas, la locura, el amor, la bohemia, la noche y los excesos.
Guillermo hizo un triple mortal, evitó los clichés
con inteligencia y una prosa intensa y llena de matices, y construyó
una novela de una sola pieza a base de fragmentos de psique. El
resplandor nos dejó ver la luz, aunque fuera la luz de un oscuro
afterhour donde
licuarse el cerebro, y fue por esa razón por la que muchos
aplaudimos su novela y dijimos bravo.
Pero
Electrónica para Clara era
una novela peligrosa porque llevaba inevitablemente implícita una
pregunta. Y la pregunta surgía de manera natural cuando uno pensaba
en el siguiente paso. Bueno, sí, muy bien, nos decíamos algunos, lo
has conseguido, pintaste el mismo cristo en la cruz que pintaron
muchos de los que te precedieron y lo hiciste bien, con una nueva
corona de espinas y elementos psicoactivos, con nuevos clavos en
forma de palabras.... sí, muy bien, perfecto, lo hiciste, pero...
¿ahora qué? Y es que la pregunta que llevaba implícita esa primera
novela era ¿ahora qué?
Ya
sabemos que en literatura las bifurcaciones del futuro, como las
neuronas de Borges, pueden ser infinitas, pero algunos desvíos solo
conducen a precipicios y el agotamiento no solo afecta a los
músculos, sino también a las páginas y a los temas. Había
segundos trayectos cifrados en nuevas preguntas y las opciones de
Aguirre, después de Electrónica para Clara,
parecían ser fatídicas: ¿malditizarse ad infinitum
y seguir insistiendo en el papel de mártir de las sustancias?
¿continuar sufriendo en público, crucificado en la página por las
excesivas ganas de vivir? ¿elevar el dolor a categoría de acto
heroico? Todo esto, unido al carácter generacional de su
Electrónica, podía
haberse convertido en la tumba perfecta para un escritor que no diera
un nuevo paso para así defender su status de
inteligencia ganado a pulso en su primera incursión. Pero el hecho
es que Aguirre no se ha conformado con ese primer salto mortal y,
esquivando los obstáculos con su método del matiz y el olfato,
vuelve con ganas de luchar contra su propia fecha de caducidad. No se
ha quedado dormido en los laureles de su primeriza Clara y ha huido
de nuevo pero en otra dirección, con otro yo y las mismas ganas de
exprimir el verbo. Y lo que es más difícil: sin negarse a sí
mismo.
Pero ¿quién es Leonardo?
Leonardo
es el joven (dejémoslo ahí: joven) alrededor del cual gira todo
el material literario de la
novela. A lo largo de las casi doscientas páginas que dura la
historia solo hace tres cosas: primero pide, después pide más, y,
luego, no para de pedir hasta que agota a los que le rodean. Pide amor pero
huye de él. Pide huir pero vuelve para que le cuiden. Quiere
reconocimiento, pero ni siquiera se reconoce a sí mismo. Quiere
comodidad, pero no puede pagar su indigencia. Se engancha a todo: al
café, a los antidepresivos, a las divagaciones, al tabaco, a las
mujeres, a las tetas, a los los chats, a la pornografía, al onanismo
(mental o físico), a los horarios intempestivos, a las
explicaciones, a los fingimientos, a los olvidos, a la crítica de un
mundo en el que no interviene, a sus ansiedades, a sus miedos, a los
incontables círculos que comunican una neurona con otra. Y así
podríamos seguir hasta el infinito.
Leonardo
se engancha a todo y está obsesionado con la Teta Blanca,
interesante y paródico trasunto erótico de Moby Dick que le hace
moverse en círculos como un perro que busca su propia cola y nunca
la atrapa. Pero todo
este egoísmo de niño grande podría ser tedioso si no tuviera un
sedal invisible que tirase del personaje. Lo que hace interesante, en
nuestra opinión, a Leonardo
no
es la marioneta, sino los hilos. Guillermo
Aguirre ha borrado cualquier trazo heroico de la bohemia cansina e
insistente que circunda el mundo mental de su protagonista y lo ha
arrastrado hasta el ridículo más impensable. El protagonista de la
novela, como en la más ancestral representación del ridículo que
ya supieron ver los actores del cine mudo, tropieza con puertas, se
disfraza con gorros imposibles, corre hasta la sudoración extrema y
se revuelca entre manteles, mesas derribadas y restos de mayonesa,
mientras sigue pidiendo a diestro y siniestro cuidados, medicinas y
pensiones de una supuesta invalidez disfrazada de beca literaria.
Todo esta obsesión egomaníaca podría hacernos pensar que estamos
ante un exibicionista, pero, descosiendo el dobladillo de toda esa
prosa que rodea la verdad hasta estrangularla, no hallamos sino a un
exorcista con ganas de verdad. Aunque esa verdad sea ridícula y
autoparódica.
No
es Leonardo una novela
de trama ni creemos que pretenda serlo. Y si la tiene (la trama) es
la de una masturbación: una clara línea argumental que nos empuja a
buscar y seguir buscando (desparramando los ojos lo máximo posible) hasta encontrar
una oportunidad mínima de sacar un provecho estético y filosófico
de la obsesión. Y es que el verdadero protagonismo de la novela lo
ostenta el lenguaje, brillantísimo y lleno de matices en casi todas
sus páginas, y tabla de salvación de un argumento que solo sirve
para caracterizar el raquitismo moral y vital del personaje. Un
lenguaje que se abre paso entre la miseria humana de Leonardo y su
enanismo moral, capaz de construir un ridículo palacio de fastuoso verbo autorreferencial que nos conduce hacia la salvación a través de la
risa, una extraña forma de lucidez adquirida a fuerza de cansancio o
desesperación.
Leonardo
Guillermo Aguirre
Guillermo Aguirre
Editorial: Lengua de trapo 2013
Vaya...Soy su madre y me estremezco de orgullo ante un análisis tan brillante de las luces y las sombras de Aguirre a las que está atado como un perro a su rabo. Pero tengo que decir que la prosa del que escribe, que no sé quien es, es igualmente brillante, conceptista y absolutamente ajena a los lugares comunes. Mi agradecimiento y mis felicitaciones...
ResponderEliminarOlé por Aguirre y la madre que lo parió!
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